
LA MÚSICA ME SALVÓ DEL INFIERNO
Hoy quiero explicarte cómo la música y el poder liberar mi voz me salvaron del infierno.
Este es el texto más difícil al que me he enfrentado hasta ahora, de hecho no sé ni por dónde empezar, pero estoy decidida a hacerlo. Alguna cosa en mi interior me dice que ahora es el momento, que se ha acabado el tiempo de la vergüenza y que nada de lo que sucedió fue culpa mía. Tal vez explicándolo públicamente podré, por fin, liberarme de ello y ayudar de algún modo a otras personas que hayan pasado por lo mismo.
Durante mi infancia recibí maltratos en casa, y al mismo tiempo me hicieron bullying en la escuela. Dos cosas que me han marcado de por vida. Hala, ya está, ya lo he dicho. Pero no, todavía no me siento mejor, necesito explicar cómo fue mi experiencia.
Para empezar quiero decir que mis padres son buenas personas y que con los años creo que se han dado cuenta y arrepentido de lo que hicieron. Con la distancia he llegado a comprender que eran dos personas completamente infelices y amargadas la una con la otra, que crearon una prisión para ellos mismos que con el tiempo se convirtió en un infierno; y que no supieron canalizar su rabia y frustración.
No recuerdo cuándo empezaron los maltratos en casa. De hecho, algunas de las primeras imágenes que tengo soy yo escupiendo sangre a los 2 años porque mi madre me había reventado los labios o a los 4-5 años rodando por el pasillo por las patadas que me daba mi padre.
Hasta que se separaron (cuando yo tenía 14 años) mi padre fue un maltratador de manual: gritos, amenazas, palizas, terror… Tanto hacia mi madre como hacia mí y mi hermano. Puedo decir que mientras estuvo viviendo en casa yo no sabía quién era mi padre, ya que siempre estaba de mal humor y yo le tenía mucho miedo. Incluso de pequeña tenía una pesadilla recurrente con él que todavía recuerdo hoy en día.
Mi madre alternaba los papeles de víctima y maltratadora: a veces llorando y compadeciéndose de sí misma en un rincón de la casa y otras pagando su frustración conmigo. Creo que se sentía tan mal y tan profundamente infeliz que la manera de hacer salir su rabia era castigándome: con la zapatilla, las manos, el palo de la escoba o con frases como “ojalá no hubieras nacido”. No ayudaba nada el hecho de que yo me parezca físicamente a mi padre, creo que por eso descargaba su rabia en mí.
Este mal vivir que existía en casa hizo que yo me convirtiera en una niña “rarita”, muy callada, retraída y con pocas habilidades sociales… Diana fácil para mis compañeras de escuela. Tampoco tengo claro cuando empezaron los escarnios y las palizas en la escuela, es todo muy borroso; pero creo que debieron empezar hacia el 3r. curso y duraron hasta que acabé la primaria, en 8º.
Hace relativamente poco que se habla abierta y públicamente del bullying pero todos sabemos que, por desgracia, ha existido toda la vida. ¿Qué mueve a algunos niños y niñas a ser tan crueles con los demás? Si tuviera que decir cuál de las dos experiencias (los maltratos en casa o el bullying) me ha marcado más, sería incapaz de escoger. Mi infancia fue un maltrato continuado, tanto dentro como fuera de casa.
Cuando llegaba a la escuela sabía que se reirían de mí en cualquier momento, me ridiculizaban constantemente. Dentro de clase se levantaban de la mesa fingiendo ir a buscar alguna cosa y aprovechaban para pellizcarme o tirarme del pelo al pasar por mi lado, me tiraban notas insultándome, me destrozaban el estuche, las libretas, etc.
En los momentos de escoger compañera para los trabajos o actividades en grupo no me escogía nadie, me pusieron apodos como: yema de huevo podrido, boca de buzón, dientes de caballo…. Y al salir de la escuela a menudo había grupitos de niñas que me esperaban para pegarme. Hacían un círculo a mi alrededor y me empujaban, me pegaban, me tiraban del pelo… mientras me insultaban y se reían de mí. Incluso alguna vez me habían llegado a perseguir hasta mi casa, teniendo el valor de llamar y pedirle a mi madre que yo saliera fuera, fingiendo ser mis amigas.
Sentía tal vergüenza por lo que me estaba pasando que no se lo explicaba a nadie. Ni lo que me pasaba en casa ni lo que sucedía en la escuela, aprendí a guardármelo todo dentro. Cuando finalmente les comenté a mis padres lo del bullying, creo que antes de empezar el 7º curso, les pedí muchas veces que me cambiaran de escuela pero no quisieron.
¿Las personas que les hacen bullying a otras son conscientes de lo que están haciendo? La respuesta es sí, son conscientes. Muy probablemente no saben las secuelas que tendrá aquello que están haciendo, pero saben que hacen daño. En los últimos días de 8º curso todas teníamos una libreta para que las compañeras nos la firmaran con dedicatoria como despedida. En algunas de las dedicatorias varias compañeras me decían que sabían que no se habían portado bien conmigo durante todos esos años pero que “no pasaba nada”, que las recordara con cariño; entre otros garabatos donde simplemente ponía “puta”. Todavía la conservo.
Mi infancia fue en general triste, donde el hecho de sentirme rechazada, ridiculizada y maltratada era la normalidad de mi día a día, que se iba alternando de escenario: de casa a la escuela y de la escuela a casa. Yo misma me creí eso de que “no pasaba nada” y que tenía que ir por la vida escondiendo lo que me había pasado como si fuera una vergüenza, como si hubiera sido culpa mía. Me fabriqué una máscara de persona fuerte y segura, a quien no afectaban las cosas, para que nadie desde fuera pudiera ni tan siquiera adivinar la herida que llevaba dentro.
Soy consciente de que una infancia y adolescencia así me podían haber convertido en una futura víctima de maltratos, una drogadicta o una fracasada, de hecho sigo arrastrando algunas secuelas, pero hubo una cosa que me sirvió de salvavidas y a la que me aferré con todas mis fuerzas: la música. Puedo decir literalmente que la música que salvó.
Tuve la suerte de que mi padre es músico y de que su banda ensayaba en casa cada viernes. La música siempre estuvo presente en mi vida y la amé con todo mi corazón desde el primer día. Recuerdo que me ponía detrás de la puerta de la sala de ensayo y escuchaba todo el repertorio entero, me encantaba… Me sabía todas las canciones de memoria, con sus tempos, entradas y salidas; y después las cantaba delante del espejo con mi micrófono imaginario y por todos los rincones de la casa cuando estaba sola. Siempre tuve claro que sería cantante, desde que tengo uso de razón, y esta certeza, esta guía, no me ha abandonado nunca.
Cantando conectaba con mi esencia y dejaba que mi voz fluyera, sentía las notas brotar desde mi interior con total libertad. Dicen que quien canta su mal espanta y yo puedo decir que realmente es así. En esos momentos se me pasaban todos los males, ya no era la niña rechazada y triste, me dejaba envolver por la belleza de la música, me sentía completa, alegre, feliz… Hoy en día me sigue pasando lo mismo cuando canto.
A pesar de todo lo que estaba viviendo, hubo esta parte de mí que no permití que el rechazo y el maltrato la destruyeran. Es la llama que siempre ha estado viva en mi interior, la luz que ha iluminado mi vida, la que me ha guiado en el camino para seguir adelante y convertirme en quien soy. Por eso creo tan firmemente en el poder curativo de la música y de liberar la propia voz, porque lo he vivido en mí misma.
Siempre tuve claro el efecto positivo que tenía en mí el cantar y por eso, a parte de dedicarme a ser cantante, empecé a tener mucha curiosidad por el vínculo que tiene la voz con las emociones. Hay dos ámbitos que por mi experiencia de vida me apasionan: la voz y el trabajo emocional. Por eso ya desde el inicio me formé en ambos sentidos y nunca he dejado de hacerlo, ya que considero que aprender es imprescindible para la vida.
En el ámbito vocal me he formado tanto en el sentido técnico como en el artístico Y en el ámbito emocional me he formado en psicología, en coaching sistémico transaccional y en pedagogía (cómo enseñar para que la otra persona consiga desarrollar todo su potencial….¡básico!).
A los 25 años, por circunstancias que explico en otro artículo de mi blog, volví a re-conectar poco a poco con mi cuerpo y empecé un largo camino de auto-conocimiento y consciencia corporal en el cual sigo hoy en día. Uno de mis grandes descubrimientos fue que cuanto más conocía mi cuerpo, cuanta más consciencia y control corporal tenía, más consciencia y control tenía sobre mi voz. Y es que la voz está en nuestro cuerpo, cuanto más lo conozcas y trabajes, mejores serán los resultados que obtendrás con tu voz. No se puede separar una cosa de la otra: tu voz y tu cuerpo son la misma cosa.
Todo esto me ha llevado descubrir e investigar que hay un vínculo muy fuerte entre la voz, las emociones y el cuerpo. Es importante saber que se influyen mútuamente y trabajar esta conexión nos ayuda a liberarnos y ser más felices. Yo lo he descubierto y lo he trabajado en primer lugar en mí misma y me siento muy honrada de ayudar a otras personas con mi experiencia.
Mi pasado y mis experiencias me han llevado hasta aquí. No puedo ni debo renegar de él, pues soy el fruto de todo lo que he vivido. No puedo más que dar gracias por todo lo aprendido y seguir adelante con esperanza e ilusión, feliz de poder ayudar con mi granito de arena a quien lo necesite.
Namasté ✨
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